
Sociedad agresiva o compasiva. Reflexión.
El tratamiento habitual que le da la sociedad a la agresividad entre seres humanos, sobre todo los medios de comunicación, tendría que ser diferente. Nos están conduciendo y llevando a la creencia de que es lo habitual, que es lo normal. Y esto no es así.
En los albores de la humanidad este estímulo instintivo de auto conservación era entre otros el más destacado e incluso necesario en los homínidos para preservar la especie. El salto cualitativo que dio el ser humano con el despertar de la mente fue sustituyendo este estímulo instintivo por la necesidad de relacionarse a otro nivel, al nivel del intercambio de ideas, de experiencias y así se fue potenciando el razonamiento, frente al instinto. Del interior los individuos fueron surgiendo los valores de convivencia, confianza, respeto etc. y sustituyendo a los valores de auto conservación, (agresividad, fuerza, dominio del otro). En definitiva los valores humanos o humanísticos, fueron sustituyendo a los valores animales mas instintivos.
Parece ser, que el sistema actual de educación contempla la asignatura de Educación para la Ciudadanía, la antigua asignatura de urbanidad o comportamiento ciudadano. Es como si a los actuales cabeza pensantes que crean las Leyes de Educación no les interesara un desarrollo integral del ser humano, dan preferencia a las ciencias (matemáticas, física química etc.) o las asignaturas de letras, dejando de lado lo mas importante, el estudio de las “correctas relaciones” entre seres humanos. De que nos sirven todos los conocimientos que podemos asimilar, conocer, archivar, experimentar, etcétera, si carecemos de lo fundamental, aprender a convivir y respetar a las otras personas, y a toda la naturaleza en su conjunto.
Las “correctas relaciones humanas”, junto a los grandes avances tecnológicos y científicos de los últimos lustros, deberían haberse desarrollado al mismo tiempo, paralelamente causando un equilibrio en la sociedad. Por el contrario, se ha incidido más en un desarrollo exacerbado del individualismo frente a lo colectivo, del materialismo, del yo primero, creando así un desequilibrio que nos afecta a todos a nivel planetario y que se refleja cada vez mas en las nuevas generaciones de jóvenes.
¿Podríamos imaginarnos una civilización basada en el respeto a toda forma de vida, donde primaran los valores de convivencia altruista entre todos los individuos que poblamos el planeta? ¡Qué maravilla! No habría necesidad de conflictos ni de guerras. El ser humano estaría en armonía consigo mismo y con su entorno. ¡Afirmamos que esto es posible! Pero ¿hay voluntad política, para que esto sea así? Si analizamos el comportamiento de la gran mayoría de nuestros políticos, están enzarzados continuamente en luchas intestinas, tratando de culpar al oponente de un sinfín de cuestiones, que posiblemente sean verdaderas. En vez de construir relaciones de convivencia, estamos observando pasmados cómo tratan de destruirse entre ellos, incluso con los de su propio partido, para acaparar cada vez más cuotas de poder. ¿Será verdad que el poder corrompe? ¿Qué ejemplo de convivencia ciudadana están dando? También asistimos a nivel internacional a guerras de intereses económicos, o energéticos, etc. Fabricación y venta de armas por un sin número de países, entre ellos España. ¿A quién interesa todo esto? ¿Al ciudadano de a pie? No. A la gente sencilla y con sentido común solamente le interesa tener un puesto de trabajo, crear una familia y vivir sin conflictos ni guerras.
Todos y cada uno de nosotros somos en parte responsables de lo que ocurre. Dado que todo lo que pasa en la sociedad nos atañe y somos partícipes, con nuestra actitud, ¿somos personas asentadas y pacíficas? O a la menor situación de conflicto nos irritamos y la respuesta que damos es agresiva. Sin tolerancia, sin comprensión, sin compasión.
En definitiva, no esperemos grandes milagros si creemos que un cambio a nivel social lo realizan los otros. Tiene que ser la sociedad civil, la que se ponga en movimiento, nosotros a nivel individual, uno a uno.
Si queremos una sociedad más tolerante, más comprensiva, más pacífica, sin guerras ni desastres, tendremos que comenzar el cambio en nosotros mismos y nuestro entorno más inmediato. Y al mismo tiempo reclamar a nuestros políticos que se centren en hacer leyes de educación que potencien el desarrollo integral del ser humano y sobre todo en valores de correcta convivencia. Es lo más sensato que podremos legar a las próximas generaciones.