Retazo de una vida sencilla

Me he estado preguntando cómo iniciar este breve episodio de una vida sencilla, en una etapa que con toda seguridad es una de las mejores que se me está ofreciendo. No es que la vida me haya sacudido más que a otros, no. Según me dijo una persona muy entrañable: —Felicia, no te puedes quejar. Y, por supuesto que no me quejo ahora, (sí que me quejaba) pero bueno, me sorprendo que, con todo el pasado, bueno y menos bueno y a veces “casi” insuperable, he encontrado la continuidad del amor en lo que evoca la Naturaleza.
Empezó un día cuando vino una mujer a darme el pésame, (había fallecido mi marido) y me dijo:
—Lo siento Felicia, pero mira, la soledad por la libertad.
Me observé, y me vi disgustada. Aquellas palabras casi me ofendían, así que comprobé con una rápida mirada que la existencia de “eso” no formaba parte de mi naturaleza, que estas dos palabras no significaban para mí lo mismo. La libertad es un estado interior, con todos los deberes y obligaciones que conlleva la familia, la sociedad y el convivir, mientras que la soledad pertenece a esa condición natural del individuo... Así que ni atada ni sola.
—¿A qué dedicas el tiempo? —me preguntaban.
—¡A la vida contemplativa! —contestaba. Así que con la espontaneidad que a veces me supera decidí mi línea de actividad.
Me dediqué a las plantas, al jardín, sí, es lo único que me reconforta, pasaba y paso horas allí, leo, hago ganchillo, coso, escucho música, y oigo a los pájaros. Cuando levantaba los ojos las contemplaba. En una lectura de la cultura Maya leí: “De la lengua Maya no hay jerarquía que separe al sujeto del objeto porque: Yo bebo del agua que me bebe y soy mirado por todo lo que mira”. Me sobrecogí, alcé los ojos bañados de lágrimas, y miré...
Desde ese momento no he dejado de contemplar, “por sentirme mirada por todo lo que miro”. No me refiero solo al reino vegetal, si no a todo lo que existe en la Naturaleza. Cuando salgo al campo (aquí en el pueblo está cerca, a dos pasos) se te abre el espíritu, ves inmensidad, el horizonte se confunde en la lejanía, observas que entre el cielo y la tierra, ¡no hay separación! Todo está enlazado, aunque lo mires hacia arriba o lo mires hacia abajo, con los diferentes azules del cielo, y con los verdes y ocres del campo, sin contar con las inmensas florecillas silvestres que allí abundan de todos los colores. En esos momentos si queda en ti algo de vanidad, desaparece. La misma sencillez que se desprende con tanta belleza te hace sentir insignificante. Así es como se manifiesta todo aquello que nos es dado con amor.
En su obra Amor y Conocimiento, Max Scheler señala que “de una forma extraña y misteriosa”, san Agustín atribuye a las plantas la necesidad “de que los hombres las contemplen, como si gracias a un conocimiento de su ser al que el amor guía, ellas experimentan algo análogo a la redención”. Y el coreano Byung-chul Han referente a esto dice: “El Conocimiento es amor, la mirada amorosa, el conocimiento al que el amor guía redime a la flor de su carencia ontológica, el jardín, es por tanto un lugar de redención”. Y así lo siento, porque cuando se contemplan se expanden, se muestran con todo su esplendor, percibes que sintonizas con ellas, que lo que te ofrecen aparte de belleza es alegría, esa alegría que une por afinidad a toda la Naturaleza en una comunión.
Dedico estas palabras a todas las personas, pero en especial a las mujeres que por circunstancias, las que sean, se sienten solas después de una vida de tanto servicio. ¡No estamos solas! Hay un mundo que nos observa y nos comprende, porque la misma Madre Naturaleza se encarga de ello.