El peligro de la ignorancia
Uno de los rasgos notables de la era actual es la falta de una comprensión real de la naturaleza del ser humano. La humanidad se esfuerza por conocer todo lo del universo, puede decir con determinada certeza de qué están hechas las estrellas situadas a millones de kilómetros de distancia. Conocemos la constitución de átomos y moléculas, pero prácticamente no sabemos nada acerca de nosotros mismos.
Cuando cualquier ser humano inicia el camino del autoconocimiento comienza a rasgar el velo de la ignorancia, y esta comienza a dejar de ser el velo no reconocido, y estos pasos nos conducen al atisbo de que el conocimiento en sí mismo es el principio de sabiduría, y por lo tanto, el comienzo de la transformación o regeneración.
El conocimiento propio es un proceso, no es un fin en sí mismo. Para conocernos debemos estar atentos a nosotros mismos en la acción, la cual es relación con la sociedad. Pero descubrir cómo reaccionamos, cuáles son nuestras respuestas y verdaderas necesidades, requiere un extraordinario estado de alerta mental, y una notable agudeza de percepción.
Lo que concebimos como sensibilidad surge de la autoconciencia.
Imaginemos que la conciencia es un estado de percepción y desapego, y por tanto de vivir la vida, que nos impele a vivirla desde la causa, y la percepción que mira la causa aprende a vivir desde esa fuerza inmanente, la cual, a pesar de las circunstancias externas del orden que sean, el paso sigue firme porque uno mismo es consciente del plano temporal, y como dice una frase: “no hay mal que dure cien años”.
Conocerse a sí mismo implica tener una profunda autoconciencia. Esto es un aprender que nos conduce a comprender las emociones, los pensamientos, las creencias y comportamientos. Y ser conscientes de nosotros mismos hace que podamos entender nuestras motivaciones, y tomar decisiones más informadas, aplomadas y alineadas con nuestros valores profundos, éticos, y tener una vía propia que conduce a la luz.
La reflexión que trato de plasmar no es para la mente que necesita respuestas o soluciones. La mente es indiferente, egoísta, impulsiva, soberbia, orgullosa y en ocasiones arrogante, y esto forma parte del peligro de la ignorancia.
Hace muchos años un ser humano se podía preguntar ¿qué es la verdad? Y en la actualidad ha nacido en la sociedad la pregunta ¿qué es un bulo? Y entre los “mil monjes y mil religiones” estamos más diversificados que nunca, y con ello, no sé si determinados seres en la sombra están consiguiendo que seamos o parezcamos pollos sin cabeza.
Puede que estemos viviendo en una época que nos está pidiendo más aplomo y reflexión. Y que seamos practicantes de la no-violencia en todos los aspectos y espacios en donde nos movemos. Yo creo que es cada cual quien tiene que definir su plan de paz para no caer en el peligro de la ignorancia, y encontrar que esa paz anida en el interior, y a pesar de toda circunstancia, aquella persona que busca el amor seguro que lo encuentra, y resulta para unos un camino de superación, y para otros un sendero de mantener la luz que necesitamos en estos tiempos convulsos, donde se está manifestando que el problema de uno es problema de todos.
Si nuestras actitudes se enfocan a la causa del bien, hacemos que la propia vida contemple actividades útiles para los demás. Hay quienes ayudan a limpiar barro y otros menesteres, y hay quienes recuerdan a la sociedad que hay esperanza en el camino de la paz. Ser útiles para los demás debe ser la premisa que nos acerca a la sociedad venidera.
Leí en algún lugar algo que merece ser compartido: “Aquellas y aquellos que se atreven a seguir amando en tiempos difíciles, creadores de consciencia que van con el corazón en la mano, que ponen el alma en todo lo que hacen, que abrazan el amor como única ideología... Salven a los locos porque los que se dicen normales están acabando con la esperanza de luz para la humanidad.”
Que la mejor locura que tengas sea el mayor desafío de amor para la humanidad.
Dedicado también a los soñadores de paz.