El de...
EL DE 20 AÑOS
El chico de 20 años nació en 1968. Y el pasado que relata en este corto es en 1988. Los 20 años han servido para muchas cosas, pero bien sabe que también para jugar. Solo hay que buscar en Google “juegos de calle de hace años” y encontrar los nombres y las formas, tanto para chicos como para chicas.
Cuando éramos unos cuantos jugar a polis y ladrones era estupendo. Jugando con las palmas de las manos, el escondite era quizás el clásico lleno de atractivos y creatividad. Las peonzas, las chapas dentro de un emulado campo de fútbol…
Leer era un placer, y para algunos un privilegio cuando te sacabas el carné de la biblioteca pública y podías llevártelos a casa. Y comprarte el primer libro era como un viaje al espacio. La televisión era la tentación de la máxima distracción, lo que ponían por regla general era bueno, porque mucho antes de tener 20 años ver la tele era como una caja de magia que no se encontraba en ningún sitio.
El chico de 20 años hace ya mucho tiempo que llevaba reloj, que sobre todo le servía para hacer caso a los padres y los a veces estrictos horarios impuestos. Pero el tiempo no era más que una anécdota, porque todo el ímpetu de la juventud era lo que marcaba la hora.
EL DE 56 AÑOS
El chico ahora tiene 56 años. Y recuerda con añoranza que el tiempo no pasa en balde. Y que cuando era adolescente, es posible que tuviera el pensamiento de ser mayor. Pero, ahora que es adulto, el pensamiento es que no se puede echar atrás en el tiempo.
Se pregunta el por qué no tiene tiempo para leer, o quizás es porque dedica las ganas para otras cosas. Y la respuesta parece ser un cúmulo de cambios que han inferido en las personas y el ritmo, olvidando que antes podía respirar, y ahora hasta en eso algo ha cambiado.
Las muchas cosas que tienes a tu alcance, los muchos libros sin leer, muchos canales de televisión no deben influir en que uno se sienta y disfrute como antes. La sociedad llamada de consumo es evidente, y esto no hace que el niño-adolescente a veces sepa vivir esta vorágine de muchas cosas, y a veces surge una fugaz sensación convertida en pregunta ¿para qué tanto?
El adulto se pregunta cosas, y lo hace porque no le cuadra la evolución tecnológica y otras formas que el sistema parece proponer como vida, pero olvidando los ritmos de ser ponderado.
El adulto piensa mucho, demasiado. Y este es el rol que está vigente. Las personas adultas se han hecho mayores, y esto hace que cada una sea muy distinta. Y el chico de 56 concluye en que los adultos, también lo son porque han crecido las responsabilidades pero también el egoísmo.